frasecita

viernes, 17 de febrero de 2012

Garzas blancas

Hay ocasiones en las que una persona mira a todas partes, buscando un rayo de luz, de esperanza, de magia. Y no ve nada. No es que lo busca no esté ahí, sino que un bloqueo le impide verlo. Aunque lo parezca, la magia no es nada complicado. 
Cosas simples y cotidianas que nos rodean poseen una cantidad de magia suficiente para cegarte unos segundos. Cosas que se pueden encontrar, por ejemplo, en Valencia. Por ejemplo, si vas a la universidad, puedes toparte con alguno de los escasos huertos urbanos que existen. Esos huertos están cubiertos pro un manto octarino que sus dueños depositan en él a diario desde hace años. Un manto que los protege de la basura del botellón de cada jueves, de los ojos especulativos y avaros que quisieron adquirir el terreno para construir grandes edificios, y no pudieron, del estresante y perjudicial ritmo de vida de la urbe.


Sin embargo, no es necesario que la magia sea obra de nadie. Esto es algo que nos cuesta comprender, pero la magia es así, estaba ahí antes que nosotros, y cuando nos vayamos ella seguirá su camino.
Un día pude capturar esa magia no antropogénica con mi cámara: una pareja de aves extraña en la zona apareció, y permaneció allí una semana. Garzas blancas. Se apartaban a saltitos si me acercaba, y en un momento puedo maravillarme con su majestuoso vuelo.


Los pajarillos suelen brindar momentos mágicos, como aquél que encontré picoteando una gominola que a alguien se le había caído, apenas distinguible por la baja resolución de la fotografía.

Ya sé que he dicho que la magia no tiene por qué provenir de la mano del ser humano. Pero no cabe duda de que los humanos son capaces de la magia más grande, si bien no suelen ser especialistas en la materia. O simplemente no se ve. Como aquella vez en el metro, mientras una mujer jugaba con su pequeña niña al veo-veo. La mujer dicho "por la letra D", haciendo referencia a la diadema que la niña llevaba puesta. Viendo yo esta divertida trampa, le indiqué a la niña que para ver lo que buscaba, tenía que mirar por la ventana. Ya que el exterior estaba oscuro en el túnel, el reflejo del cristal era bastante bueno. Tras no ver más que oscuridad, no tardo un instante en decir entusiasmada "diadema", al verla en su propio reflejo. No acabó aquí la magia, sino que al llegar a la siguiente parada, la de Alameda, la niña se asomó de nuevo por la ventana y dijo "mira, mamá, la bonita". ¿Bonita una parada de metro? Pues si puedes ver el octarino de la misma manera que un niño, sí. Incluso un adulto puede encontrar destellos entre los reflejos de los trozos de azulejo.

1 comentario:

  1. Vaya... es posible que hayas plasmado parte de esa magia en esta entrada. Lo digo porque mientras leía cada párrafo sentía que el mundo brillaba un poco más y además me he quedado con el vello de punta...

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